La presencia de la mujer en la sociedad, y su papel en ella, se manifiesta por el grado de acceso al trabajo (al trabajo “productivo”, por oposición al trabajo doméstico o trabajo “improductivo”, así denominado por los que no lo realizan).
Desde la incorporación de la mujer al mundo laboral, que implica un cambio en este reparto de roles tradicionales, se están produciendo situaciones que llevan a las administraciones a tomar medidas, como la conciliación de la vida laboral y familiar o la ley de dependencia. Una sociedad puede vivir sin fabricar coches, pero no sin que alguien realice las tareas de mantenimiento “doméstico”.
ALGUNOS DATOS ESTADÍSTICOS SOBRE EL TRABAJO DE LAS MUJERES
Según los informes de las Naciones Unidas, “Las mujeres representan la mitad de la población del mundo, realizan casi dos tercios de las horas de trabajo, reciben una décima parte de los ingresos globales y poseen menos de una centésima de la propiedad del mundo”.
En España, alrededor del 25% de las mujeres en edad de trabajar en un trabajo asalariado eligen, querida y voluntariamente, la opción de atender a las tareas domésticas.
En el otro 75%, los niveles de desempleo de las mujeres son porcentual y absolutamente mayores a los de los hombres, a pesar de que su población activa es menor.
Estadísticamente, los hombres emplean el doble de tiempo que las mujeres en su trabajo remunerado y menos de la mitad que ellas en el trabajo doméstico. Y tienen más tiempo libre.
En general, la diferencia salarial existente se explica, dentro de un grupo profesional, por el menor acceso de la mujer a puestos de responsabilidad y porque su situación personal y familiar le impide acceder a primas, bonos etc., más ligados a la posibilidad de disposición de tiempo, o por ocupar puestos de trabajo que no se corresponden a su formación. En algunos casos, los menos, se da una diferencia en simplemente por el hecho de ser mujer.
En conjunto, y de los datos manejados, podemos concluir que, a nivel general, la mujer presenta un déficit de formación respecto al hombre, lo que en parte explica sus desventajas en el mundo laboral pero, por otro lado, cuando trabaja, a la mujer se le exige una formación mayor que al hombre.
Dado que la dotación de las características de las mujeres trabajadoras se va pareciendo cada vez más a la de los hombres, el sexo se va convirtiendo en el factor verdaderamente diferencial entre ambos.
De manera humorística, pero muy real, Charlotte Whitton (1896, política canadiense) describe la situación actual, con un toque de humor:
“De las mujeres se confía en que hagan un trabajo doble del de los hombres, en la mitad de tiempo y sin reconocimiento. Por fortuna, no es difícil”
UN POCO DE HISTORIA
En la economía rural, la mujer nunca estuvo ausente, compartió con los varones las diversas tareas de la siembra, las mieses o la cosecha, el cuidado de los animales y el mantenimiento de la casa.
A partir del siglo XI y del principio del desarrollo urbano, con la aparición de una burguesía, cuya base económica no es la tierra sino la artesanía y el comercio, se desarrollan nuevas formas de trabajo. La incorporación de la mujer al trabajo -dividido en «oficios» o «artes»- se realizó a menudo a través de la asociación familiar: la mujer ayuda a su marido en el oficio de éste, y luego le sustituye o le sucede.
De hecho, en el siglo XIII, la incorporación femenina al trabajo en las ciudades es una realidad. Los oficios que desempeñan las mujeres y en los cuales tienen un casi total monopolio son, principalmente, los textiles y la confección –hilanderas, tejedoras, tintoreras, costureras o sastras y hasta lavanderas–, los relacionados con la alimentación –oficios de panaderas, «verduleras», o fabricantes de cerveza (que en Inglaterra era monopolio femenino)– y los de «taberneras» y «mesoneras».
Como ocurre también hoy día, los salarios femeninos solían ser inferiores a los masculinos y las más desfavorecidas eran las obreras que trabajaban en su domicilio.
Un dato curioso lo encontramos en 1461, en Inglaterra, donde se denunció el trabajo femenino como la causa de la falta de trabajo para el hombre. Poco a poco, las diversas legislaciones europeas prohibieron el empleo de las mujeres en los oficios y éstas fueron paulatinamente sustituidas por varones en las artes que desempeñaban.
Hacia 1600, la mujer había desaparecido prácticamente de la vida profesional. El siglo XVII marca así, una vez más, una regresión en lo que hoy día se suele llamar la liberación de la mujer. Y el «Siglo de oro» la encontrará encerrada en casa, dedicada a la educación de sus hijos pequeños, a la cocina y a los cuidados destinados a un hombre, su hombre, el marido.
El cambio cualitativo más importante del momento lo protagonizan los nuevos establecimientos de producción, las fábricas, que concentrarán en su interior un gran número de trabajadores. En esas fábricas, las mujeres realizaban las tareas que precisaban poco esfuerzo físico. En ocasiones trabajaban familias enteras en la misma actividad.
La nueva relación hombre-mujer en el trabajo que se deriva de la implantación de fábricas, atentará contra la moral religiosa dominante. Esos nuevos lugares de trabajo van ligados a un nuevo espacio vital, enclavado en la propia fábrica o en sus inmediatos alrededores. ¿Dónde alojar a las familias? ¿Dónde a los hombres y mujeres solteros? ¿Cómo evitar el contacto sexual entre los trabajadores? Temas que preocupan a la sociedad y particularmente a las autoridades religiosas. Todas estas cuestiones provocan trastornos en la producción.
En los siglos XIX y XX, el trabajo de la mujer adquiere características nuevas. Por una parte, la utilización de maquinaria atenuará las diferencias de fuerza física entre hombres y mujeres; por otra, la proliferación de las fábricas irá sustituyendo al hogar como espacio tradicional de producción.
De esta forma, el crecimiento de las ciudades y la expansión de las fábricas harán necesario que la mujer salga del hogar para incorporarse al mundo productivo. Pero la industrialización traerá consigo las pautas de comportamiento social propias de la nueva clase dominante: la burguesía.
Según éstas, el papel de la mujer en la sociedad se sitúa en el matrimonio y en el cuidado del hogar, centrando su función en la reproducción, tanto biológica como social. La asignación de este rol a las mujeres dificultará su acceso al mundo laboral y convertirá su trabajo en marginal.
Con el siglo XIX, nace también un derecho del trabajo, con particular incidencia en la cuestión social. Se trata de disposiciones legislativas dictadas por el Estado, tendentes a corregir, al menos en parte, las características deshumanizadoras del trabajo de esta nueva época.
La mujer, como también los niños, fue objetivo predilecto de esta normativa jurídica, al considerarse como uno de los grupos débiles.
¿TRABAJADORA O MADRE?
Pero más importantes que las contradicciones sociales frente a la posición de la mujer en la cadena de producción, debemos señalar las contradicciones emocionales y psíquicas que se producen en ella por sus propios prejuicios.
La mujer lo hace casi todo por amor y muchos conflictos que tiene, laboralmente, tienen que ver con esta cuestión. Para ella es más importante, a veces, obtener el reconocimiento, el amor, que conseguir dinero por el trabajo que realiza.
Es decir, ella quiere ser amada, así que hasta trabajar lo hace por amor. Trabajar por dinero es un paso que no toda mujer puede dar. Llega a padecer los prejuicios que sobre ella circulan como, por ejemplo, que no se puede trabajar y tener hijos simultáneamente.
La mujer tiene conflictos entre la producción y la reproducción: entre la producción de productos sociales y la reproducción de la especie.
Hemos visto que hay mujeres que renuncian al mundo laboral por tener una familia. Creen que hay que renunciar a una de las dos cosas para poder la otra: o madre o trabajadora, pero es posible también ser madre y trabajadora. Por eso es fundamental para ella aprender a sumar. Aceptar la multiplicidad de la palabra mujer: mujer trabajadora, mujer madre, mujer amante, mujer social.
Un dato curioso es que más del 97% de las mujeres en edad activa que no trabajan, o que lo hacen a tiempo parcial, aluden para ello a circunstancias familiares: no puede trabajar porque tiene que cuidar a sus descendientes, o a sus ascendientes.
TENER O NO TENER
Renunciar al mundo laboral por “tener” una familia, por “tener” hijos, evidencia un sentir de la mujer, es decir, el sentimiento de “no tener”, aunque lo único que tanto hombres como mujeres no tienen es la inmortalidad.
Mantener esa falta en la realidad, esa carencia, se pone en evidencia en la producción de dinero o de relaciones sociales, personales y laborales, en frases como: “no tengo dinero”, o “no tengo novio”, o “no tengo amigas” o “no tengo trabajo”.
Pero lo único que no se tiene es la inmortalidad. Si se acepta la mortalidad, se puede acceder a todo lo demás, es decir, si se renuncia a la inmortalidad, a la madre fálica, se puede vivir en un mundo de mortales, donde disfrutar de todos los logros sociales, culturales, económicos, sexuales, laborales, etc.
Claramente, el asunto del trabajo de la mujer es una cuestión que tiene más que ver con una construcción psíquica que con una construcción social.
Al respecto, dos citas aclaratorias:
Aforismo 927 del libro “Aforismos y decires” de Miguel Oscar Menassa: “Cuando un pequeño hombre, femenino o masculino, puede llegar a pensar que el hombre puede una inteligencia superior a la suya propia, recién entonces está en condiciones de soportar el intercambio grupal, es decir, de formar parte del intercambio”.
No hay mejor ni peor, hay producción de inteligencia o producción de ignorancia, tanto para el hombre como para la mujer. Aforismo 948 del libro “Aforismos y decires” de Miguel Oscar Menassa: “¿Seré potente o impotente? Y ahí, por ahora, se juega el destino de la humanidad”.
Potente para producir una nueva realidad, aceptando la realidad exterior a cada uno, aceptando que lo femenino y lo masculino están incluidos en cada ser humano.
La mujer ha de hacer un trabajo para incluir el deseo y tolerar el goce, sin miedo a volverse loca o a abandonarlo todo.
El medio más importante para conseguirlo es hablar, nadie espera que la mujer hable, que diga lo que piensa. Eso ya es una micro revolución. Es cada vez, en cada frase, como ella transforma toda la estructura y las relaciones. El psicoanálisis es de gran ayuda en este sentido, puesto que permite hablar a la mujer.
PENE-NIÑO-DINERO
Freud, en su texto Sobre las transmutaciones de los instintos y especialmente del erotismo anal, de 1.915, señala que en general los conceptos de excremento, dinero, regalo, niño y pene no son exactamente discriminados y sí fácilmente confundidos en los productos de lo inconsciente. Es decir, tales elementos son frecuentemente tratados en lo inconsciente como equivalentes o intercambiables.
El niño es como el pene, el pequeño, en términos del lenguaje simbólico. En la mujer observamos su deseo reprimido de poseer, como el hombre, un pene; es lo que denominamos “envidia al pene”, incluido en el complejo de castración.
Otras mujeres muestran su deseo de tener un hijo, como compensación a lo que la naturaleza les negó. Hay mujeres en las que se alternan ambos deseos. Primero pene y luego hijo. Ambos deseos son idénticos a nivel psíquico.
Posteriormente, el deseo de encontrar marido, es decir, aceptar al hombre como elemento accesorio inseparable del pene, persiste en algunas mujeres. El deseo de hijo las lleva a transferir el amor narcisista al amor de objeto. Quedando finalmente el niño representado por el pene. La mujer entiende que para conseguir un hijo (pene) ha de ceder sus favores sexuales al hombre.
Esta equivalencia a nivel psíquico lleva a la mujer a confundir en la realidad esas diversas situaciones, es decir, a creer que, por ejemplo, ser madre es lo todo que necesita para ser feliz. Cuando en realidad se trata de sumar, no de excluir.
LA IMPORTANCIA DE ACEPTAR LAS DIFERENCIAS
Incluir la diferencia en el psiquismo es el paso necesario para que la mujer se aleje de la ilusión de querer ser como el hombre. Sólo así puede comprometerse realmente con el trabajo, y ese compromiso es un efecto de la tolerancia hacia los demás y, por tanto, de la aceptación de las diferencias que, como humanos, son una manifestación de nuestra condición de seres mortales.
Por eso es fundamental para la mujer aprender a sumar. Y aprender a sumar no es saber que dos más dos son cuatro, sino a sumar distintas actividades, distintas funciones en la vida.
Y aquí es donde entra en juego el psicoanálisis, porque nos dice que la ideología se transmite por la leche materna. Es decir, que, si no hacemos algo para modificarla, tendremos la misma ideología que nuestros padres, abuelos, etc. Y estamos viendo que no es una posición de libertad y crecimiento para la mujer.
DE TRABAJAR POR AMOR A TRABAJAR POR DINERO
Sabemos que ser esclavo tiene sus ventajas, permite odiar y despreciar impunemente, permite hacer responsables a los demás de las propias miserias y fracasos. Esto, unido a que a la mujer le gusta mucho trabajar por amor, nos da el escenario perfecto para comprender la realidad que nos ocupa.
A la mujer lo que más le gusta es ser amada, que la amen; a veces, es capaz de todo por amor. La mujer está acostumbrada históricamente a trabajar por amor. Ha recibido durante muchos siglos, como único pago a su labor, el amor de los otros.
Trabajar por dinero es un paso que no toda mujer puede dar. Entonces surge la pregunta: Que la mujer gane menos dinero cuando realiza el mismo trabajo que el hombre ¿es discriminación del hombre o necesidad de la mujer?
Dar el paso de ser amada a amar es imprescindible para la mujer. Porque ese cambio le va a permitir pasar del amor al deseo, a la producción de dinero, a la independencia económica.
Una mujer trabajadora quiere decir alguien que no trabaja solo por amor o para que la amen, sino alguien que trabaja para el orden del deseo humano, pues sabemos que no hay mal de amores sino mal del deseo. El deseo transcurre entre palabras, entre él, ella y el mundo, mientras que el amor es siempre a uno mismo.
Entre el amor y el deseo, está la angustia, que hay que atravesar para acceder a él. Y esto no resulta fácil para el sujeto. Menassa, en “Poética del exilio”, dice:
“Yo no resiste la angustia, por eso ama”.
EL PSICOANÁLISIS PERMITE HABLAR A LA MUJER
Como hemos visto, sobre la mujer, el amor y el trabajo se ha dicho casi de todo y casi desde todos los puntos de vista. Sólo queda por saber qué es lo que cada uno de nosotros decidimos para nuestra vida. Y para poder esto, el psicoanálisis es la mejor herramienta.
Una de las conquistas sociales que debe emprender la mujer para comenzar dicha transformación hacia el deseo es comenzar a hablar, a psicoanalizar en ella su relación con el dinero, con el sexo, con la familia, con el trabajo. Hablar libremente.
El psicoanálisis ayuda a la mujer a pasar de la reproducción a la producción, del amor al deseo. Renunciar a una lucha permanente contra los hombres, trabajar para transformar el decir de la mujer y aprender a hablar con otro humano, ya sea hombre o mujer, porque hablar con Dios, aunque fue un enorme avance para la mujer, no es suficiente, cuando lo que toca es vivir en un mundo con otros humanos.