La mayoría de la población tiene sesgos de género que frenan el desarrollo humano y que atentan directamente contra la libertad y los derechos de las mujeres. Así lo demuestra el último Índice de Normas Sociales de Género (GNSI), realizado por el PNUD, que busca radiografiar 91 países del mundo desde la perspectiva de género y esbozar estrategias para mejorar los números de cara a la siguiente década.
Esto se traduce en que nueve de cada diez personas (de ambos sexos) tienen prejuicios contra las mujeres. Vamos a intentar una mirada histórica de cómo ha sido la evolución de esos prejuicios, a lo largo de los siglos, y en qué lugar nos encontramos hoy día.
QUÉ ENTENDEMOS POR PREJUICIOS
Los prejuicios, es decir, los juicios previos, son efectos de la ideología, que es inconsciente. Las inclinaciones ideológicas que se manifiestan en nuestra conciencia son producto efecto de la ideología inconsciente, es decir, que los prejuicios también son inconscientes y sólo por medio del análisis se pueden transformar.
El sujeto social es ciego a lo que le determina. El sujeto psíquico está determinado inconscientemente y la articulación con las formas del poder ideológico se produce fuera de la conciencia del sujeto. Es por eso que cuando se trata de saber cómo se arraiga en nuestra vida cotidiana la ideología dominante, sólo psicoanalizándose puede saber uno a qué ideología está sujeto, porque la ideología siempre está presente, no se puede acabar con ella, sólo transformarla.
En otras palabras, en muchos casos ni siquiera sabemos que tenemos prejuicios, los tomamos como ideas verdaderas y estamos seguros de ellas, lo cual deja poco margen para ver y escuchar las opiniones distintas, es decir, anulamos al otro diferente.
EL MACHISMO INCONSCIENTE
El papel de la mujer desde la prehistoria hasta la edad contemporánea ha sufrido algunas modificaciones. Pero si hacemos un recorrido por las diferentes épocas, nos damos cuenta de que existe, históricamente, lo que podíamos denominar “machismo inconsciente”, a veces, manifiestamente expresado y, otras, reprimido y, por tanto, disfrazado de otra cosa para poder acceder a la conciencia.
Por ejemplo, antes del siglo XIX, se impedía a las mujeres ejercer la Medicina, escudándose en que ellas eran más débiles y, por ende, más susceptibles a las infecciones, motivo por el cual no debían ejercer esta carrera, en pos de proteger su salud. Como vemos, es una burda excusa que hoy día salta a la vista, pero debemos saber que actualmente hay otras “explicaciones” que continúan apartando a la mujer.
Una actitud machista es aquella que discrimina a la mujer, la menosprecia o la considera inferior al hombre. ¿Pero esta actitud machista se la atribuimos únicamente al hombre? ¿o también podemos hacer responsable a la mujer de padecer ella misma una actitud machista para con ella? Intentaremos responder esta pregunta más tarde, ahora comencemos nuestro recorrido histórico.
UN REPASO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS
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La prehistoria
La prehistoria es un momento donde la mujer desempeña funciones paralelas al hombre. Intervenían en las labores del grupo, incluso llegando a practicar la caza para la supervivencia del mismo. Aunque tiene un papel relevante, sus actividades estaban en relación al mantenimiento de la comunidad: salud, higiene y socialización de los miembros infantiles eran algunas de sus tareas.
Estas tareas, a pesar de su importancia, hoy día son minusvaloradas y englobadas dentro del término doméstico, ya que tradicionalmente se ha considerado que no requieren de ningún tipo de tecnología, experiencia o conocimiento para su desarrollo. Durante la prehistoria estas tareas no estaban subordinadas o significaban ninguna desigualdad. El menosprecio hacia estos trabajos es una construcción posterior de la sociedad machista en la que vivimos.
El reparto de trabajo es una construcción social y, por tanto, cada sociedad, en cada época, creará su propio reparto de funciones en relación a su ideología. A pesar de las labores desempeñadas por la mujer en la prehistoria, siempre que hablamos del hombre prehistórico, nos aparece representado un hombre masculino y corpulento, las mujeres son las grandes olvidadas de las sociedades prehistóricas, desde la lectura histórica.
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La sociedad egipcia
En la edad antigua la mujer egipcia disfrutó de gran independencia y libertad, un grado de libertad que les hizo pensar en el matriarcado. No eran adversarias o rivales del varón, siempre tuvieron la posibilidad de alcanzar altas cimas del poder. Las mujeres egipcias tenían los mismos derechos que los hombres egipcios, en varios aspectos.
Por ejemplo, si una mujer cometía un delito recibía el mismo castigo que un hombre, excepto si estaba embarazada, en este caso el castigo era aplazado hasta que diera a luz para no dañar al feto. Si una mujer era maltratada por su marido podía denunciarlo y que fuera juzgado ante el tribunal.
Las egipcias no sólo se ocupaban del cuidado de la casa y de los hijos, las mujeres en esta época podían ejercer varias profesiones: empleadas de hogar en las casas de las clases ricas, nodrizas, panaderas, tejedoras, agricultoras, cantantes, músicas, bailarinas, sacerdotisas e incluso médicas. Pero no podían desempeñar ningún cargo público.
Posteriormente, a finales del siglo III antes de nuestra era, durante el gobierno del cuarto de los regentes egipcios, Ptolomeo Filopator (221-205 a.C.), la mujer egipcia comenzó a perder de manera imparable e irreversible la independencia y prerrogativas de que había gozado en los últimos tres mil años. Fue en ese momento cuando se les prohibió la libertad de establecer por sí mismas acuerdos jurídicos o comerciales, actos que carecerían de validez si no eran refrendados por un tutor. Más tarde, primero el cristianismo y después el Islam, continuarían incrementando su sometimiento, para llegar así al estado actual, en el que la mujer egipcia vive alejada de aquella manera de vivir.
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La sociedad griega
La mujer griega no deja de ser simplemente el instrumento de reproducción y de la conservación del grupo familiar. Su posición se debate entre el deber ser y el ser. El hombre no practicaba la poligamia, pero disponía de concubinas y de esclavas con las que satisfacer sus deseos sexuales, además de la esposa, a la que no podía descuidar por aquellas.
La mujer de esa época no posee, por tanto, ningún tipo de privilegio y su posición está subordinada al marido, al padre e incluso a su hijo. Mucho peor aún es la situación de las esclavas, que realizan los trabajos más duros y que no tienen ningún tipo de reconocimiento. La seducción y la belleza son las armas de la mujer para los griegos.
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La sociedad romana
La familia en Roma era un grupo de personas bajo la tutela del pater familias que tenía derecho sobre la vida y muerte de todos los miembros, aunque la mujer puede llegar a ser mater familias, siempre y cuando sea de buenas costumbres.
Las mujeres peor paradas en Roma eran las esclavas, que estaban consideradas como objetos, y no sujetos de derecho, puesto que, además de tener los peores trabajos, debían complacer a sus dueños en sus relaciones extra-matrimoniales. Las esclavas no podían casarse, aunque sí podían unirse a otro esclavo, unión llamada contubernium.
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La sociedad en la época de Cristo
En la época de Cristo la mujer era considerada como un objeto, como una mercancía, propiedad del padre o del marido. Una situación a la que se sumaba el preconcepto (otro prejuicio) de ser la gran pecadora (porque pecó primero, y llevó al hombre al pecado) y que fue creada después y a partir del hombre. Puede decirse que la mujer, en la época de Jesús, era un ser encorvado, postrado, marginado.
El rito de pertenencia a la religión judaica era masculino (la circuncisión), por eso, para esa religión, la mujer no contaba, hasta el punto de que, si en una asamblea había 10 mujeres y 1 hombre, ésta no se realizaba, porque para una ceremonia religiosa eran necesarios 10 hombres. El patio del templo reservado a las mujeres estaba fuera y separado. Socialmente la mujer no servía como testigo, igual que los niños y los esclavos.
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La Edad Media
El Medievo o Edad Media es una época oscura y medio bárbara (en oposición a la etapa que seguirá y será llamada «Renacimiento»). Es una época de opresión de los «menudos» (plebeyo, vulgar) por un puñado de feudales; de los hombres por la Iglesia y de las mujeres por todos. De esta época son el cinturón de castidad, el «derecho de pernada», la persecución de las brujas y el famoso «concilio» del año 585, en el cual se llegó incluso a discutir –entre hombres– si la mujer poseía o no alma. Cuestión que se resolverá mil años después, con un sí, en el Concilio de Trento, entre 1545 y 1563, por la Iglesia Católica Romana.
En la Alta Edad Media el marido puede matar a su esposa adúltera después de perseguirla a latigazos, desnuda, a través del pueblo. La mujer no elige marido, acepta el que ha escogido su padre o su «linaje», por brutal, viejo o, al contrario, joven y amante que sea. Es eternamente menor de edad (incapaz), la mujer pasa del «poder» de su padre al de su marido y no puede actuar nunca sin el permiso o la «licencia» de este varón.
Esto último pasaba en España hace no tanto tiempo, que la mujer no podía abrir una cuenta bancaria sin el permiso de su esposo o padre.
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Siglos XIII y XIV
Tomás de Aquino (1225-1274) Santo y doctor de la Iglesia, convierte a la “hija de Eva” en “una deficiencia de la naturaleza” que es “por naturaleza propia, de menor valor y dignidad que el hombre”; tras una rigurosa y aplastante demostración, el teólogo afirma que “el hombre ha sido ordenado para la obra más noble, la de la inteligencia; mientras que la mujer fue ordenada con vista a la procreación”. Finalmente termina diciendo que es evidente que, para cualquier obra que no sea la de la reproducción, “el hombre podía haber sido ayudado mucho más adecuadamente por otro hombre que por una mujer”.
A partir del siglo XIII, con el desarrollo de la vida urbana, se crean escuelas comunales. Durante ese mismo siglo XIII, las primeras universidades se convierten en los crisoles de la cultura europea. La mayoría de ellas eran fundaciones eclesiásticas y estuvieron prohibidas a las mujeres.
Sin embargo, el ambiente intelectual y el afán de saber existían entre la población femenina, hasta el punto de que, en Polonia, en el siglo XIV, una joven se disfrazó de hombre para ir a seguir los cursos de la universidad de Cracovia; al cabo de dos años, se descubrió el fraude y fue expulsada. ¡Cuántos casos conocemos de escritoras que adoptaban como seudónimo un nombre masculino para poder exponer sus obras!
Sin embargo, hubo algunas excepciones: en Salerno, Italia, funcionó a partir del siglo X una escuela libre de medicina que otorgaba sus diplomas a mujeres, concediéndoles licencia para practicar la medicina y la cirugía. En Bolonia y en Montpellier también hubo gran número de estudiantes femeninas en medicina, algunas de ellas dejaron escritos tratados de ginecología. A partir de final del siglo XIII, se señala la presencia de mujeres practicando la medicina, la cirugía y la oftalmología en las grandes ciudades europeas, París, Londres, etc.
La mujer, sin embargo, se vio poco a poco sustituida por el varón en la práctica del arte de la medicina y cirugía, para desaparecer finalmente de esta profesión en el siglo XVI.
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La Edad Moderna
Los principios del derecho cristalizarán en una discriminación por razón del sexo que haría a la mujer de peor condición que el hombre. La doctrina jurídica de la Edad Moderna (siglos XV al XVIII) suele repetir la siguiente sentencia: Son de mejor condición los varones que las hembras en lo tocante a la dignidad, y las hembras que los varones en lo tocante a la debilidad.
A su menor fortaleza física, vendrían a sumarse otras limitaciones que traen su origen en las aprensiones acerca de la índole moral del alma femenina y en la desconfianza hacia su capacidad de discernimiento.
En virtud de esta pretendida imbecillitas, se consideraría a la mujer exenta de la obligación general de conocer las leyes, de manera que, paradojalmente, en ciertas situaciones les es posible beneficiarse de la alegación de ignorancia.
El inicio de la Época Moderna trae consigo una progresiva oposición hombre-mujer. La sociedad no idea para la mujer más salida que el matrimonio, el convento o, en su defecto, la prostitución.
Algunas épocas como el Renacimiento (siglos XV y XVI) y el Siglo de Las Luces (en el siglo XVIII) jugarían un papel fundamental en la «liberación» de la mujer, hasta desembocar en la aparición del «feminismo» con las sufragistas (personas a favor del voto femenino) a comienzos del siglo XX, inicio a su vez de los movimientos actuales.
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La burguesía y la Revolución Industrial
Los cambios que se produjeron en el ámbito ideológico – con la Ilustración–, en el económico –con el crecimiento del siglo XVIII– y en el social –con la configuración de la sociedad de clases– anunciaron una fase de profundas transformaciones en la nueva época contemporánea. Estos cambios fueron acompañados por otros en el campo político, las revoluciones burguesas, que permitieron a la burguesía hacerse con el poder, limitar el poder de la monarquía, especialmente en la Europa occidental, y abolir las trabas feudales que impedían el desarrollo del capitalismo.
Dos fueron las revoluciones que a finales del siglo XVIII abrieron el proceso: la americana y la francesa. Ambas coincidieron en reclamar libertad, igualdad y propiedad, principios fundamentales de la sociedad burguesa.
La mujer burguesa se convirtió en la reina del hogar y su poder se extendió a sus hijos y su marido. A partir de la Revolución Francesa, las mujeres comenzaron públicamente su actividad política y reclamaron derechos políticos y legales, tales como el divorcio, el derecho a recibir una educación completa y adecuada, etc.
Con las revoluciones de los años 1830 y 1848, la actividad revolucionaria de las mujeres francesas se reactivó, después del paréntesis de la Restauración. Sin embargo, hasta después de 1848 el feminismo no adquirió una nueva fuerza, cubriendo dos campos de lucha: por un lado, la acción política y la difusión de las ideas, por otro, la lucha por las mejoras salariales y las condiciones de trabajo, imbricándose con el movimiento socialista.
Es interesante preguntarnos de qué manera la revolución industrial afectó a la condición social de la mujer, y comprobar si la industrialización significó una ruptura con su situación anterior. Para responder a estas cuestiones, debemos tener en cuenta que las mujeres que se incorporaron al trabajo industrial, durante el siglo XIX, eran una minoría dentro del conjunto de la población femenina global. Las mujeres no participaron en masa en la producción industrial, con excepción de las trabajadoras de las fábricas textiles.
La inclusión de la mujer en el mundo laboral no fue, quizá un logro de la mujer, sino más bien, un logro del capitalismo.
QUÉ DICE EL PSICOANÁLISIS
Nuestra vida es el espacio-tiempo producido por dos sobredeterminaciones: la determinación social y la determinación inconsciente, y una imposición variable: los modelos ideológicos del Estado.
Las tres variables en juego hacen imposible al sujeto tener una vida cotidiana que escape a la articulación entre su posición de clase, su salud mental y los modelos ideológicos del Estado que determinan cómo se debe pensar, cómo se debe amar. Y esto incide directamente en nuestra ideología.
La actitud machista que mencionábamos al principio pone de manifiesto la prepotencia de los varones respecto de las mujeres. Pero “Machista inconsciente” podríamos decir que, de alguna manera, en algún momento y en alguna medida, ha sido todo humano, porque todos, tanto hombres como mujeres, en nuestro desarrollo psíquico, pasamos por un momento de menosprecio de lo femenino.
Freud hace esta interpretación a la humanidad, para que pueda otra cosa, para que puedan sobreponerse tanto hombres como mujeres a ese menosprecio. Si hay tendencias machistas en todos los humanos, todos tienen prejuicios arraigados contra la feminidad. Si se quiere ser otra cosa, tendrá uno que hacerse culto, es decir, analizarse y cambiar.
Las diferencias anatómicas no son las únicas existentes entre hombres y mujeres. Diferente no es peor o inferior, es simplemente diferente. Tampoco todos los hombres son iguales entre sí ni todas las mujeres entre ellas, incluso un hombre, una mujer, son diferentes de sí mismos según los significantes a los que están anudados.
Además, debemos aceptar que lo femenino y lo masculino están incluidos en cada ser humano, sin excepción.
Por eso, para poder llevar adelante una vida sana, sin prejuicios que siempre limitan la actividad y el pensamiento, acudir a un psicoanalista es una decisión acertada.
La terapia psicoanalítica es un instrumento altamente eficaz para ayudarnos a distinguir ese menosprecio hacia lo femenino y poder transformarlo en valor, ya seamos hombres o mujeres.