En un mundo como el que nos rodea, los conflictos bélicos están muy presentes. Si miramos con perspectiva, a lo largo de la historia de la humanidad venimos observando que ninguna época ha estado libre de ellas. Y cabe preguntarse si se podrán erradicar de algún modo.
Acerca de la guerra se ha escrito mucho, en todas las épocas y lugares, a lo largo de los siglos, desde “La Iliada, de homero”, hasta “La guerra de los mundos”, de H.G.Wells, pasando por “El arte de la guerra”, de Sun Tzu. En todos ellos se narra y describe el efecto de la belicosidad sobre los seres humanos.
DEFINICIÓN DE GUERRA
Según wikipedia, la guerra o conflicto bélico, estrictamente hablando, es aquel conflicto sociopolítico en el que dos o más grupos humanos relativamente masivos -principalmente tribus, sociedades o naciones- se enfrentan de manera violenta, generalmente mediante el uso de armas de toda índole, a menudo con resultado de muerte -individual o colectiva- y daños materiales de una entidad considerable.
Las guerras tienen como origen múltiples causas, entre las que suelen estar el mantenimiento o el cambio de relaciones de poder, dirimir disputas económicas, ideológicas, territoriales (por cuestiones históricas y estratégicas), religiosas, etc. (muchas veces es una combinación de causas).
Actualmente, en ciencia política y relaciones internacionales, se dice que la guerra es un instrumento político, al servicio de un Estado u otra organización con fines eminentemente políticos, ya que en caso contrario constituiría una forma más desorganizada aunque igualmente violenta: el bandolerismo por tierra o la piratería por mar. En las sociedades primitivas tribales su origen aparece más claro; deriva de dos elementos: la presión demográfica y la escasez de recursos.
Para el psicoanálisis, hay más cuestiones en juego. Vamos a ver cómo la estructura psíquica del sujeto influye en esos comportamientos.
ALGUNOS DATOS ESTADÍSTICOS
-Durante la 1ª guerra mundial murieron alrededor de 10 millones de personas.
-Durante la 2ª guerra mundial, el número estimado de víctimas mortales fue entre 50 y 60 millones.
– Durante el pasado año 2023, se calcula que alrededor de 162.000 personas murieron en algún conflicto, y Ucrania y Gaza aglutinan casi tres cuartas partes de los fallecidos.
– En la actualidad, hasta septiembre de 2024, hay 56 guerras activas en el mundo.
POR QUÉ ESCRIBE FREUD ESTE ARTÍCULO
En la época de 1930, Europa estaba influida por la crisis económica (llamada Gran Depresión) provocada por el Crack del 29, que tuvo un alcance mundial. En 1.932, el auge del nacismo, y en general de la extrema derecha en la mayoría de países, hacía presagiar un gran conflicto internacional, como acabó ocurriendo.
En julio de 1932, Albert Einstein, a instancias de la Sociedad de Naciones a través del Comité permanent des Lettres et des Arts, escribe a Sigmund Freud para formularle una de las preguntas más importantes que, a su juicio, debe plantearse la civilización: “¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra?”
Freud confiesa su inicial desconcierto ante la pregunta, pues le parecía que aquella tarea les correspondía a los hombres de Estado. Pero después comprendió que Einstein lo preguntaba “como amigo de la humanidad”, y que lo que se solicitaba de él era un enfoque psicológico respecto al tema.
DERECHO Y FUERZA
Como punto de partida, toma la relación entre derecho y fuerza, conceptos antagónicos, y nos va a explicar cómo el primero surgió de la segunda.
En principio, los conflictos de intereses entre los hombres son solucionados mediante el recurso de la fuerza. Así sucede en todo el reino animal, del cual el hombre no puede de excluirse, pero en el caso de éste se agregan también conflictos de opiniones que alcanzan hasta las mayores alturas de la abstracción y que parecerían requerir otros recursos para su solución.
Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de quién debía llevarse a cabo. Al poco tiempo, la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó aquél que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad.
Con la adopción de las armas, la superioridad intelectual ya comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición.
Este objetivo se alcanza en forma más completa cuando la fuerza del enemigo queda definitivamente eliminada, es decir, cuando se lo mata. Esto tiene una doble ventaja: por un lado, el enemigo no puede iniciar de nuevo su oposición y, por otro, su destino sirve como escarmiento, desanimando a otros que pretendan seguir su ejemplo.
Además, nos dice Freud que “la muerte del enemigo satisface una tendencia instintiva que habré de mencionar más adelante”.
En un momento dado, al propósito homicida se opone la consideración de que, respetando la vida del enemigo, pero manteniéndolo atemorizado, podría empleárselo para realizar servicios útiles. Así, la fuerza, en lugar de matarlo, se limita a subyugarlo. Pero, desde ese momento, el vencedor hubo de contar con los deseos latentes de venganza que abrigaban los vencidos, de modo que perdió una parte de su propia seguridad.
El camino que condujo de la fuerza al derecho fue el reconocimiento de que la fuerza mayor de un individuo puede ser compensada por la asociación de varios más débiles. O sea, la violencia es vencida por la unión. Es decir, el derecho no es sino el poderío de una comunidad.
“Es preciso que se cumpla una condición psicológica para que pueda efectuarse este pasaje de la violencia al nuevo derecho: la unidad del grupo ha de ser permanente, duradera. Nada se habría alcanzado si la asociación sólo se formara para luchar contra un individuo demasiado poderoso, desmembrándose una vez vencido éste. El primero que se sintiera más fuerte trataría nuevamente de dominar mediante su fuerza y el juego se repetiría sin cesar”, dice Freud.
Un requisito indispensable es que la comunidad debe mantenerse en forma permanente, organizarse, establecer reglamentos que prevengan las posibles insurrecciones, designar órganos que velen por la observación de los reglamentos, de las leyes, y que aseguren la ejecución de los actos de violencia de conformidad con la ley. El reconocimiento de una comunidad de intereses de esta naturaleza contribuye a crear entre los miembros de un grupo vínculos afectivos, sentimientos gregarios que constituyen el verdadero fundamento de su poderío.
En resumen, la superación de la violencia es posible por la cesión del poderío a una comunidad más amplia, mantenida por los vínculos afectivos entre sus miembros. Ya que una comunidad humana se mantiene unida gracias a dos factores: el imperio de la violencia y los lazos afectivos.
La situación no presenta mayores complicaciones mientras la comunidad se componga de un número limitado de individuos de fuerza semejante. Las leyes de esa asociación determinan, en lo que atañe a las manifestaciones de violencia, la parte de libertad personal a la que el individuo debe renunciar para que la vida en común prosiga con tranquilidad.
Pero esa situación sólo es posible teóricamente; en realidad, el asunto se complica, pues desde su origen la comunidad encierra elementos de fuerza desigual, hombres y mujeres, padres e hijos y muy pronto la guerra y el sojuzgamiento crean vencedores y vencidos, que se transforman en amos y esclavos. El derecho de la comunidad será entonces la expresión de esas desigualdades de poder, las leyes estarán hechas para y por los dominantes, y se concederán escasas prerrogativas a los subyugados.
A partir de ese momento, el existen en la comunidad dos motivos para alterar el derecho. Por un lado, algunos de los amos tratarán de eludir las restricciones de vigencia general, es decir, abandonarán el dominio del derecho para volver al dominio de la violencia. Por el otro, los oprimidos tenderán constantemente a procurarse mayor poderío y querrán que este fortalecimiento se refleje en el derecho, es decir, que se progrese del derecho desigual al derecho igual para todos.
Si, en ese punto, se dan desplazamientos del poder, la clase dominante se negará a aceptar esa transformación, lo que puede desembocar en rebeliones, guerras civiles, etc., es decir, la supresión transitoria del derecho y repetidos episodios de violencia, hasta llegar a un nuevo orden legal.
Recordemos que el derecho fue originariamente fuerza bruta, y que aún no puede renunciar al apoyo de la fuerza.
Freud concluye: “Sólo es posible impedir con seguridad las guerras si los hombres se ponen de acuerdo en establecer un poder central al cual se le conferiría la solución de todos los conflictos de intereses.” Pero, en la práctica, la historia nos demuestra que eso es imposible.
EL PAPEL DE LOS INSTINTOS
Freud prosigue contestando otra de las proposiciones de Einstein: “Usted expresa su asombro por el hecho de que sea tan fácil entusiasmar a los hombres para la guerra y sospecha que algo, un instinto del odio y de la destrucción, obra en ellos facilitando ese enardecimiento. Una vez más, no puedo sino compartir sin restricciones su opinión.”
Y pasa a exponerle parte de la teoría de los instintos, que lleva años estudiando. Los instintos de los hombres no pertenecen más que a dos categorías:
–Los que tienden a conservar y a unir (los denominamos eróticos o sexuales, ampliando deliberadamente el concepto popular de la sexualidad).
–Los que tienden a destruir y a matar (llamados instintos de agresión o de destrucción).
Se trata de una transfiguración teórica de la antítesis entre el amor y el odio, universalmente conocida y relacionada con la que existe entre atracción y repulsión.
Y no hay que calificarlos como bueno y malo, puesto que cada uno de esos instintos es tan imprescindible como el otro, y de su acción conjunta y antagónica surgen las manifestaciones de la vida.
Ocurre que estos instintos no pueden actuar aisladamente, pues siempre aparecen ligados o fusionados con cierto componente originario del otro, que modifica su fin y que, en ciertas circunstancias, es el requisito imprescindible para que ese fin pueda ser alcanzado.
Por ejemplo: el instinto de conservación es de índole erótica, pero justamente él precisa disponer de la agresión para llevar a cabo su propósito. Del mismo modo, el instinto del amor objetal necesita un complemento del instinto de posesión para lograr apoderarse de su objeto.
“La dificultad para aislar en sus manifestaciones ambas clases de instintos es la que durante tanto tiempo nos impidió reconocer su existencia”, dice Freud.
Esto quiere decir que, cuando los humanos son incitados a la guerra, debe haber en ellos un gran número de motivos (de cualquier tipo e incluso contradictorios), que actúen conjuntamente. Entre ellos, seguramente, el placer de la agresión y la destrucción, del cual hay numerosos ejemplos tanto en la historia como en la vida diaria.
Podemos afirmar que el instinto de destrucción actúa en todo ser viviente, y podemos llamarlo instinto de muerte. Cuando éste es dirigido por el sujeto hacia afuera, hacia los objetos, se convierte en instinto de destrucción, a veces para proteger su propia vida destruyendo la de otro.
Aunque una parte de ese instinto de muerte se mantiene activa en el interior del sujeto, lo que explica un gran número de fenómenos que, cuando alcanzan una gran magnitud, serían nocivos para la salud.
La conclusión a la que llega Freud es que son inútiles los intentos de eliminar las tendencias agresivas del hombre, puesto que forman parte de la estructura psíquica del mismo. Por tanto, no se trataría de eliminar del todo las tendencias agresivas humanas, sino de intentar desviarlas, para que no necesiten expresarse a través de la guerra.
Para llegar a ese estado, podemos recurrir al antagonista de ese instinto: el Eros. Es decir, que lo que establece vínculos afectivos entre los hombres puede actuar contra la guerra. Estos vínculos pueden ser de dos clases:
–Los lazos que nos ligan a los objetos del amor, aunque desprovistos de fines sexuales.
–Los que se derivan de la identificación. Cuando hay elementos comunes entre los hombres, se establecen sentimientos de comunidad, identificaciones, sobre las cuales se funda la estructura de la sociedad humana.
Pero, en la realidad, es utópico pensar en el fin de las guerras, nos dice, cuando siguen existiendo abusos de autoridad por parte del Estado, censura del pensamiento por parte de las religiones y desigualdad entre los seres humanos.
CÓMO PUEDE AYUDARNOS EL PSICOANÁLISIS
Como hemos visto, el instinto de vida y el instinto de muerte funcionan permanentemente en cada uno de nosotros, en la vida diaria, y lo que podríamos llamar salud implica una especie de equilibrio entre ambos.
Cuando ese equilibrio se rompe y, por ejemplo, el instinto de muerte adquiere mucha prevalencia en el sujeto, éste puede llegar a causar daño a las personas de su alrededor, su trabajo.
Muchas enfermedades tienen su origen en un desaforado odio que, al no poder ser expresado (y, por tanto, procesado), y se vuelve contra el propio sujeto.
Y del mismo modo, un exceso de amor puede impedirnos sustituir de manera sana los objetos perdidos, pudiendo derivar en depresión o ciertas enfermedades orgánicas.
En estos casos, es conveniente consultar con un psicoanalista, para poder hablar de esas fantasías o deseos que guardamos con tanto celo o vergüenza, y llegar a pensar la realidad de un modo diferente y más productivo para nosotros y para los que nos rodean.