¿Por qué la familia es fuente de conflictos?

¿Por qué la familia es fuente de conflictos?

 

QUÉ ES LA FAMILIA

La familia es el lugar donde nacemos, crecemos, donde aprendemos a comer, a caminar, a hablar, etc. Pero también en el núcleo familiar es donde se establecen los primeros vínculos afectivos, aprendemos a amar, a relacionarnos, a odiar, etc…

La función principal de la familia es la de tener hijos. La familia ha de permitir y facilitar el desarrollo de los hijos para su acceso al mundo, a la sociedad, procurándoles educación, salud (alimentación, descanso, abrigo, estabilidad emocional) y bienestar. Esto, que parece una obviedad, es en muchos casos foco de conflicto en las relaciones entre los familiares.

 

POR QUÉ LOS CONFLICTOS. LA IDEOLOGÍA FAMILIAR

No todas las familias facilitan o permiten el crecimiento de sus miembros. Afectos como los celos, la envidia, la culpa, el amor excesivo e igualitario, el odio reprimido, además de otros factores como la no aceptación de las diferencias entre los integrantes de la familia o la imposición de criterios copiados de ejemplos vividos por los progenitores, ya sea para repetirlos o para evitarlos, interrumpen el desarrollo que cualquier individuo necesita para conquistar su propia vida.

Que la familia es fuente de conflictos quiere decir que en ella manifestamos por primera vez todos los sentimientos y afectos, permitiéndonos la libertad de desarrollarlos al máximo. En muchos casos, los límites necesarios para establecer relaciones con las personas se ven desbordados en la familia.

El acceso a la escuela, al instituto, a la universidad o al mundo laboral, civiliza nuestros afectos. Esto quiere decir que, si nos comportamos de manera familiar en lo social, vamos a conseguir bastante poco.

Pareciera ser que la unidad familiar pasa porque todos estén de acuerdo en todo, pero este tipo de unidad es del orden del sometimiento, la verdadera unión familiar es la que permite que sus miembros se desarrollen disparmente, bajo su elección, eligiendo su camino.

El orden familiar ha de tolerar las diferencias entre sus miembros, si no, la familia se convierte en un lugar incómodo y molesto en el que volcar grandes dosis de rebeldía e insatisfacción.

 

LA FUNCIÓN DE LOS PADRES

Los ejes familiares, los padres, son de gran importancia en relación al desarrollo y crecimiento de los hijos, además de ser los primeros modelos de identificación para ellos. Podemos decir que, hasta la adolescencia, cualquier trastorno en los hijos tiene que ver directamente con los padres.

La ideología de los padres, su forma de vivir, va a ser trasmitida a los hijos desde su nacimiento. No olvidemos que los padres son el primer modelo de identificación ideológico y de aprendizaje de qué es un hombre y una mujer. De ellos aprendemos una manera de amar, de odiar, etc.

 

RELACIONES CONFLICTIVAS ENTRE PADRES E HIJOS

Hay que tener mucho cuidado con los excesos afectivos y emocionales, generan perturbaciones. A los hijos hay que darles lo que les conviene, no lo que nos gusta a nosotros como padres.

La verdadera herencia es la ideológica. La forma de amar, la sexualidad, la forma de trabajar, son trasmitidas. Según el padre o la madre que hayamos tenido, aprendemos unas cosas u otras.

Volcamos sobre los hijos nuestras carencias, nuestras frustraciones, nuestros deseos, le trasmitimos lo que nos hubiera gustado ser. Los niños pequeños se dejan manipular, pero según van creciendo se pueden rebelar.

El vínculo afectivo con la madre es mucho más fuerte que con el padre, la madre es la figura principal con el modelo educativo.

Pero es fundamental que el niño tenga padre, y el padre debe ser acercado desde la madre. El padre muchas veces queda anulado, lo que acarea consecuencias graves. El padre tiene una función vital, es el que transmite la ley. Las consecuencias de la falta de la figura paterna provocan trastornos psíquicos que se pondrán de manifiesto en su manera de relacionarse, de trabajar, de amar.

Ser padre o madre es algo que cada uno debe aprender, a nadie le enseñan. Lo que perdura es el modo en que nos han educado. Nos condicionan poderosas fuerzas inconscientes. Si no reconozco, en mí, las leyes, las normas, no puedo transmitirlas a los hijos.

Los padres muy neuróticos generan enlaces fuertes, una dependencia extrema en los hijos. Cuanto más independiente y autónomo sea nuestro hijo, más seguro se va a sentir. Un niño muy dependiente de la madre es un niño inseguro.

El exceso de protección del padre y de la madre puede generar una neurosis muy grave en el menor. También muchas inseguridades amorosas y sexuales, que en el futuro pueden afectar al trabajo, a la vida en general.

 

UNA EDUCACIÓN SANA

Lo primero que nos gustaría señalar es que educar es una de las tareas imposibles, debemos saber que es el otro el que decide aprender, así que dar lecciones magistrales de cómo han de hacerse las cosas, unas veces sirve y otras no. Depende de quien la recibe, no del que la da. Lo que se transmite es el deseo. Si nuestros hijos nos ven leer, leerán, si nos ven discutir, discutirán.

Una correcta educación es orientar al menor a que sea independiente y autónomo, que piense y sienta por sí mismo. La función de los padres es la de dejar hacer, evidentemente dentro de unos límites, pero estos límites han de permitir el movimiento: el acierto y el error.

Muchos padres desean que sus hijos hagan o dejen de hacer lo que ellos mismos hicieron o dejaron de hacer. Los hijos no son una prolongación de los padres, han de desarrollar su propia vida y elegir lo que quieren ser o hacer en ella, les guste o no a los padres. La función de los padres implica establecer límites que le ayuden a elegir un camino productivo y satisfactorio.

Los premios y los castigos no proporcionan una buena educación, son maneras simples de resolver, pero impiden el diálogo, la reflexión y el desarrollo de su capacidad de decidir. Cuando se castiga por algo mal hecho, el castigado consigue calmar rápidamente su culpa, mediante el castigo mismo, y se siente libre para poder cometer de nuevo alguna maldad.

Además, debemos saber que el ser humano se acostumbra a todo, incluso a ser castigado, consiguiendo, en muchos casos, alguna satisfacción del mismo. Es decir, que hay veces que los hijos se portan mal sólo para recibir su castigo, incluso si es una bofetada o un azote. Lo mejor es aprender a hablar con los hijos.

 

LA IMPORTANCIA DEL AMOR EN EL TRABAJO DEL ADULTO

Nuestra manera de amar es una de las cosas que más nos influyen a la hora de trabajar. Ahora lo vamos a ver.

Hemos dicho que el proceso de identificación permite la aparición y el desarrollo de afectos entre las personas.

Con los clientes, con los compañeros, también nos surgen afectos y sentimientos y, dependiendo de cómo vivamos, toleremos y aceptemos nuestros afectos hacia los otros, así serán nuestras relaciones laborales y personales.

 

El amor con el que nos educaron puede ser de dos tipos:

 

1.- El amor familiar

Primero que te amen y luego ama. Si tú me quieres, yo te quiero. Si tú no me quieres, yo no te quiero. Es decir, el amor como una transacción económica, cada vez que doy espero recibir algo a cambio. Me das 20 gramos de amor, yo te doy 20 gramos de amor. O, lo que es lo mismo, primero nos amamos a nosotros mismos y luego amamos a los demás.

El problema es que esto acaba en una voracidad extrema: primero ámame a mí, luego ámame a mí y siempre ámame a mí y lo de amar yo… ¡ya veremos! Una concepción bastante egoísta del amor.

Cuando debería ser al contrario: primero tengo que amar a los otros para poder amarme a mí mismo. Que también es necesario amarse un poco a uno mismo, sin un poco de narcisismo es imposible vivir.

Ésta sería una nueva concepción del amor que nadie se ha ocupado en enseñarnos, el amor social: dar algo sin esperar nada a cambio. Es decir, nuestra única intención tendría que ser hacer de intermediarios entre el cliente y la empresa. Queremos hacerle un bien, hacerle llegar un producto que él no tiene y nosotros se lo vamos a proporcionar y ese producto va a cubrir una necesidad del cliente.

Vender debería ser un acto de amor, es decir, quiero que el cliente se beneficie sin importarme quién sea, independientemente de si me cae bien o mal, más allá de los afectos que me produzca.

Pero, claro, no todos estamos dispuestos a contribuir a que el otro se beneficie. Estamos esperando siempre que los otros hagan algo por nosotros. Si cuidamos nuestro trabajo, nuestra formación, cuidamos al cliente y el cliente se va a dar cuenta.

Pero lo que más les cuesta a los humanos es el amor social, es decir, amar más allá de los llamados procesos de identificación. Por norma general amamos como nos amaron nuestros padres. Pero también odiamos como nos odiamos a nosotros mismos y como odiamos a nuestros seres queridos.

Esto quiere decir que, más allá del amor filial, es muy difícil amar. Hay gente, por ejemplo, que sólo puede tener 20 clientes porque son 20 de familia entre los hermanos y los primos. Este amor del que hablamos, el amor social, consistiría en amar para amar, sin esperar nada a cambio.

A las personas les cuesta tener más de un amor o más de una manera de amar. Ese amor único no deja de ser un sucedáneo de las primitivas relaciones familiares.

Por otro lado, sabemos que el crecimiento de una empresa siempre tiene que ver con el aumento del número de clientes y eso sólo se consigue teniendo una mayor tolerancia a múltiples relaciones amorosas, es decir, cuantos más clientes tengo es porque más relaciones amorosas sostengo y tolero.

Y es que a los clientes siempre les pasan cosas con el que provee el servicio, sea el peluquero, la encargada de estética, etc., y uno no puede hacer nada con eso, sólo saber que es lo que va a mantener la relación con el cliente, si uno lo tolera.

La escasez de clientes o la pérdida progresiva de los mismos, está en relación directa con una impotencia para el amor por parte del encargado, de los empleados o de los jefes. Como ven, la impotencia no afecta sólo a las relaciones de pareja, traspasa las barreras de la cama.

 

2.- El amor cristiano

La ideología que se desprende del cristianismo nos dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esta concepción del amor también fracasa, porque ¡hay personas que tal y como se aman a sí mismas, mejor que no amen a nadie!

Hay quien no tiene capacidad para amar más allá sí mismo (lo que llamamos amor narcisista) o de su familia y, sin embargo, ha desarrollado una intensa capacidad para el desprecio, el odio o la indiferencia.

 

ALGUNAS CAUSAS DEL ODIO

  • La intolerancia: se odia al otro porque es diferente a uno y eso es vivido como una crítica.
  • En relación al proceso de identificación: se odia al otro porque nos recuerda un defecto en nosotros o en una persona cercana.
  • Tenemos que tener en cuenta que toda relación con el otro es una relación ambivalente, de amor-odio. Se ve muy bien en las relaciones de pareja, unas veces cede uno y otras el otro. Y uno cede, pero luego se venga, porque no nos gusta renunciar a ninguno de nuestros deseos.
  • O a veces vemos que el jefe le indica al empleado “eso no se hace como lo haces tú” y el empleado, aunque hace lo que le dice el jefe, sigue pensando que su manera era mejor y aparece un sentimiento de odio hacia el jefe.
  • Los celos y la envidia pueden ser una causa de odio.

Los celos son sentimientos humanos normales, como el amor, la tristeza, el odio, porque no podemos dejar de sentirlos. ¡Todo el mundo los siente! hasta los que dicen que no son celosos. Ésos son los que más sufren los celos porque los padecen, actúan guiados por ellos, porque cuando no reconocemos un sentimiento en nosotros ese sentimiento rige nuestras acciones.

Hay distintos tipos de celos:

  • Los celos concurrentes o normales.
  • Los celos proyectados.

 

  • Los celos concurrentes o normales se manifiestan como tristeza y dolor por la persona, ideal, proyecto, trabajo… que se cree perdido. Junto a estos sentimientos aparece un sentimiento de ofensa al narcisismo del sujeto y, por último, sentimientos hostiles contra la persona a la cual consideramos rival, aquella que nos arrebató lo que “teníamos” y, generalmente también, hacia la persona que sentimos que nos ha abandonado.

Por ejemplo, hay 2 empleados en la tienda que se llevan muy bien y desayunan juntos, llega un tercero y se empieza a ir a desayunar con uno de ellos, ¡ya la hemos liado! El abandonado se siente traicionado, excluido. Cuando un empleado se siente excluido, está celoso y dice frases como: “no me habéis dicho nada, no me habéis avisado que ibais…” Celar, celamos todos.

Para sentirse excluidos hay que ser incapaz de sumar, creer que las relaciones son únicas, que si el otro tiene otra relación me descuida a mí. Así es difícil tener muchas relaciones. Estos celos, aunque los calificamos de normales, pueden desencadenar agresividad o deseo de venganza. La persona que experimenta los celos se siente responsable de la pérdida amorosa.

Los celos normales pueden llevar a estropear ventas, proyectos e incluso pueden llevar al fracaso a los directivos de una empresa. No debemos olvidar que, tras una conducta rencorosa e incluso odiosa, puede subyacer un sentimiento amoroso latente.

Los celos, sin embargo, pueden ser positivos, no sólo negativos, porque en los celos se desea algo que el otro tiene, por ejemplo, más clientes y si hago el trabajo necesario yo también puedo conseguir más clientes. En este sentido los celos serían un motor.

La competencia, que es otra palabra muy mal vista, también puede ser buena para un negocio. Puedo competir con el otro, porque deseo lo que él tiene y eso me lleva a superarme, aunque en realidad sería una competencia conmigo mismo, para mejorar yo.

  • Los celos proyectados son celos que la persona no reconoce y los proyecta en otra cercana, en vez de admitirlos. No soy yo quien se siente celoso, sino que es él o ella.

Desean inconscientemente ocupar el lugar, el afecto, la cercanía, la responsabilidad de alguno de sus compañeros. No se animan a aceptar su deseo por cuestiones morales, se sienten egoístas, mezquinos, por desear el lugar del otro, no admiten su deseo y lo proyectan sobre un compañero cercano, bajo la fórmula: “no soy yo quien desea ocupar su lugar, sino él o ella”. Así, queda eximido del sentimiento de culpa que le produce su deseo inconsciente.

Los celos pueden llegar a invadir y a perturbar muchas relaciones laborales. Por norma general, no es fácil observar a un trabajador reconocer que siente celos hacia sus compañeros. Existen prejuicios morales en todos que nos llevan a no aceptar la existencia de los celos y mucho menos de la envidia, porque ya saben que socialmente está mal visto.

Los celos no son ni malos ni buenos, es lo que cada uno haga con ellos. Si les horroriza tanto ser celosos que no pueden admitir ese sentimiento en ustedes, lo reprimirán, y lo que reprimimos terminamos actuándolo. Si lo aceptáramos, nos ahorraríamos el acto malvado que íbamos a realizar, impelidos por nuestros celos.

Todos los lazos afectivos tienen un componente sexual sublimado en su fin. Entre compañeros de trabajo se reprime el componente propiamente sexual y se desplaza como corriente afectiva o amorosa. Por eso que cualquier relación, también las laborales, genera a veces tempestades emocionales provocadas por el nacimiento de los celos.

No nos ha de extrañar la aparición del rencor hacia el compañero querido e incluso la aparición de un sentimiento o un acto de venganza, cuya manifestación más frecuente consiste en boicotear su trabajo o enturbiar sus relaciones con otros compañeros.

  • La envidia es el afecto más rechazado, menos aceptado, más denigrado y el que nadie se atreve a nombrar y menos a enfrentar. Generalmente se reconoce en los otros, pero no en uno mismo.

Es el afecto más negado, no sólo en el trabajo, también en las relaciones personales. La envidia es un afecto más primitivo que los celos. Como hemos dicho, tras los celos lo que subyace es un deseo; en la envidia no existe tal deseo.

Cuando el sujeto ve algo del otro que él no tiene, toma conciencia de una falta, de una carencia y justo ahí envidia del otro algo que ni siquiera desea para sí, que no le sirve. Ésa es la diferencia con los celos: no es que se desee lo que el otro tiene, lo que se quiere es que el otro no lo tenga. En el fondo lo que desea es destruir al otro.

Los envidiosos son débiles, porque no pueden realizar alianzas, pactos, con los demás, sólo quieren destruir al otro. En los otros siempre ven enemigos, no aliados.

Algunos trabajadores no progresan en su trabajo por temor a despertar envidia. Ese temor no es otro que el de su propia envidia, como él envidia cree que los otros van a envidiar. Teme la envidia de los demás porque la suya es muy intensa. Piensa que sobre él van a caer las mismas desea que les suceda a los demás.

Se puede envidiar cualquier cosa, no sólo algo mejor. Por ejemplo, se puede envidiar a un mendigo porque no tiene horarios, no tiene estrés, hace lo que quiere…

Lo más sorprendente de todo es que podemos llegar a envidiarnos a nosotros mismos. Envidia del que podríamos llegar a ser si nos dejáramos crecer, porque no es el mundo exterior el que pone mayores obstáculos a nuestro crecimiento, somos nosotros mismos.

Algunos trabajadores, cuando progresan, experimentan que la empresa, su jefe, les tratan mejor, no toleran que ese buen trato se deba a su trabajo y no a sus lindos ojos. Pueden llegar a experimentar envidia hacia sí mismos y atentar contra ese que son ahora, con más privilegios.

Uno tendría que poder denunciarse a sí mismo, tendría que reconocerse celoso o envidioso, ya que estas actitudes van en contra de la empresa y, por tanto, en contra del propio trabajador. El que se deja llevar por la envidia es como una manzana podrida que corromperá a varias manzanas más. La envidia es contagiosa.

 

¿SE PUEDE ESCAPAR A LA IDEOLOGÍA FAMILIAR?

La ideología trasmitida por los padres queda grabada en nuestro inconsciente. Más tarde, con la incorporación a lo social, las personas vamos sumando otras ideologías que, en el mejor de los casos, terminarán forjando la propia ideología.

No se puede terminar con la ideología familiar, pero la suma de otras maneras de amar, de pensar, de odiar, puede trasformar mi vida, puede transformar mi ideología. Escapar a la ideología familiar supone un trabajo de crítica que no todas las personas están dispuestas a realizar. La ideología es uno de los legados más arraigados que mantenemos en nuestro fuero interno, es decir, lo que decían o hacían o pensaban papá y mamá.

Desde que nuestra madre nos da el pecho, vamos adquiriendo hábitos, costumbres, formas de pensar, maneras de hablar que son efecto de nuestra ideología, porque la ideología está en la base de nuestra personalidad. Cambiar de personalidad implica un cambio de ideología.

La ideología no deja de ser una herencia familiar, y si no hacemos el trabajo necesario para elaborar un nuevo pensamiento de vida, no podemos modificarla.

En este sentido, la terapia psicoanalítica es una manera eficaz de modificar la ideología.

 

CÓMO NOS AYUDA EL PSICOANÁLISIS

Todas las relaciones humanas se generan por un proceso de identificación. Esto es, que se genera una corriente afectiva- que podríamos denominar transferencial- que determina el desarrollo de las relaciones en cualquier ámbito: familiares, personales, sociales y laborales.

Las relaciones entre las personas funcionan a modo de espejo. Siempre que nos ponemos frente a otro, ese otro funciona como un espejo, de manera que, solamente si somos capaces de reconocernos en ese espejo, estableceremos una relación con esa persona.

¿Por qué nos resultan simpáticas o antipáticas las personas antes de conocerlas, de hablar con ellas? Por el mecanismo de identificación. Simpáticas, si nos muestran algún rasgo nuestro que nos gusta; antipáticas si percibimos algún rasgo que no nos gusta o alguna diferencia.

Solamente nos relacionamos con aquél con el que nos identificamos, bien sea para aceptarlo o para rechazarlo.

Establecer nuevas identificaciones con personas ajenas al núcleo familiar, nos permite construir una forma de vida distinta (no mejor o peor), a la tendencia familiar.

Podemos cambiar nuestra personalidad si podemos identificarnos con otras personas, otros proyectos, otros deseos.

Y esto es posible con la terapia psicoanalítica.