Las cuatro claves para educar a tus hijos

Las cuatro claves para educar a tus hijos

ACERCA DE LA EDUCACIÓN

La educación, nos dice Sigmund Freud, “procura que las disposiciones y tendencias no se conviertan en algo nocivo para la persona o la sociedad. La educación es una profilaxis que evita que se desemboque en síntomas y que las disposiciones conduzcan a perversiones de carácter, ajustándose a las diferencias, disposiciones y posibilidades de la persona.”

La educación es primordial para el ser humano. Nada viene hecho. A través del amor, el niño va a renunciar a sus pulsiones y a sus tendencias egoístas.

Es importante evitar poner etiquetas, pensar que los niños nacen con una disposición, una forma de ser: “es muy nervioso, es muy lista pero muy vaga, es un miedoso…” Hay que diferenciar ser de estar. Esas actitudes son posiciones psíquicas frente al desarrollo.

Pero ¿Cómo se piensa la educación? ¿En qué teorías se basa?

Sin psicoanálisis corremos el riesgo de caer en pautas de comportamiento que no se adaptan a la realidad actual. Inconscientemente se transmiten ideologías y maneras de relacionarse que tienen mucho que ver con las neurosis de los progenitores, con la repetición de modelos que a ellos les transmitieron.

La educación de los hijos no pasa sólo por la relación que mantienen con los padres. Los niños han de ir al colegio, aprender a relacionarse con otros niños y a aceptar las normas que el colegio y los profesores les trasmiten, pero, a pesar de todo, la conversación con sus primeros modelos de identificación, sus padres, es fundamental.

Esta relación con los padres va a sentar las bases de su estructura psíquica, por ello es tan importante. No olvidemos que los padres son el primer modelo de identificación ideológico y de aprendizaje respecto a qué es un hombre y una mujer. De ellos aprendemos una manera de amar, de odiar, etc.

 

Si tuviéramos que resumir en cuatro puntos las claves para educar a los hijos, serían las siguientes:

1 – TRANSMITIR EL DESEO POR APRENDER

Lo primero que debemos señalar es que son los niños los que aprenden. La educación, entonces, pasa por el aprendizaje y, para que sea posible dicho aprendizaje, debemos motivar el deseo por aprender.

Hemos escuchado repetidas veces que los niños son como esponjas, que lo aprenden todo, que repiten todo lo que ven. Así es, aprendemos por repetición, es decir, que si un niño ha adquirido determinados hábitos es porque repetidas veces alguien le ha ayudado a que los aprenda.

No se trata de imponer o de obligar a hacer las tareas o a efectuar el estudio, sino que se trata de trasmitirles a nuestros hijos el deseo que adquirir nuevos conocimientos. Mostrarles que, antes de emprender cualquier actividad, uno no sabe nada de ella.

Aprender a tolerar no saber es fundamental, y debemos decirles que solo con trabajo, la lectura o trabajo prácticos, seremos capaces de dominar una materia. El gusto por enriquecernos intelectualmente es una de las mayores satisfacciones que obtenemos del estudio.

Mostrarles, a través de nuestra propia satisfacción, que ellos también pueden ser felices aprendiendo. Lo que se transmite es el deseo por hacer algo, pero tengamos cuidado porque también podemos trasmitir el deseo de no hacer. Si nuestros hijos nos ven leer, podrán aprender a leer; si nos ven discutir, podrán aprender a discutir o a conflictuar.

 

2 – SABER QUE LOS HIJOS TIENEN SU PROPIO CAMINO

Los hijos, psíquicamente hablando, para muchos sujetos, son una prolongación de ellos mismos, una especie de extensión de menor edad que los padres ponen en el mundo para que continúen lo que han iniciado ellos, es decir, es como un pequeño yo del individuo, recién llegado.

 

Esta actitud narcisista siempre es un error, ya que los hijos son seres humanos distintos a nosotros que llegan al mundo, al suyo propio, para construir su propia vida. 

 

El narcisismo, la exigencia y la sobreprotección de muchos progenitores, impide el crecimiento de sus hijos, de los que esperan que crezcan a su imagen y semejanza.

 

La función de los padres es dejar hacer, haciendo. Siempre dentro de unos límites, por supuesto, estos límites han de permitir el movimiento, a veces, con el acierto y, otras veces, con el error. Dejarles hacer, pero si vemos que su vida corre algún peligro, indicárselo e intervenir.

Debemos saber que en ocasiones aprendemos más de un error que de un acierto. Esto nos pasa a todos, no somos perfectos ni imperfectos, somos humanos.

Muchos padres desean que sus hijos hagan o dejen de hacer lo que ellos mismos hicieron o dejaron de hacer. Los hijos no son una prolongación de los padres, han de desarrollar su propia vida y elegir lo que quieren ser o hacer en ella, les guste o no a los padres.

Una cuestión que se pone en juego con la educación de los hijos es la tolerancia a las diferencias, es decir, todos los seres humanos somos semejantes pero diferentes, y el desarrollo psicosexual es individual para cada sujeto. Los padres han de tolerar que los hijos crezcan con sus propias particularidades, condicionadas, además, por los cambios socioculturales de la época.

Un buen criterio sería: A un hijo hay que tratarlo como un niño cuando es niño, como un joven cuando es joven y como un adulto cuando es adulto, no como a “mi” hijo.

 

3 – ESTABLECER LÍMITES

La función de los padres implica, también, establecer algunos límites que le ayuden a elegir un camino productivo y satisfactorio para ellos, donde sean capaces de desarrollar sus deseos y hacer de su vida, una vida donde aprender a resolver sus conflictos y a gestionar sus emociones.

Una correcta educación es orientar al menor a que sea independiente y autónomo, que piense y sienta por sí mismo. La función de los padres es la de dejar hacer, evidentemente dentro de unos límites, pero estos límites han de permitir el movimiento: el acierto y el error.

Hoy en día estamos muy acostumbrados a premiar y a castigar, aunque en realidad sabemos que este método no proporciona una buena educación, son maneras simples de resolver a corto plazo, pero a la larga impiden el diálogo, la reflexión y el desarrollo de la capacidad de decisión.

Cuando se castigan por algo mal hecho, el castigado consigue calmar rápidamente su malestar, la culpa, mediante el castigo mismo, y se siente libre para poder cometer de nuevo alguna fechoría. Este procedimiento puede llegar a hacerse una constante en la vida, incluso arrastramos esta tendencia cuando somos mayores.

Es muy importante que nunca se imponga un castigo ligado a una necesidad básica, por ejemplo, la comida. Además, debemos saber que el ser humano se acostumbra a todo, incluso a ser castigado, consiguiendo, en muchos casos, alguna satisfacción del mismo. Es decir, que a veces los hijos se portan mal, sólo para recibir su castigo. (Lo mismo sucede con la bofetada o el azote).

Respecto a los premios, el llamado refuerzo positivo, es decir, dar algo a cambio de buen comportamiento, tampoco es muy conveniente. Se suele confundir premiar/reforzar con alentar/motivar, siendo esto último lo que realmente produce efectos en el niño.

Puede ser contraproducente, pues al retirar el refuerzo, puede dejar de darse el comportamiento que esperábamos. Además, implica una búsqueda de afirmación fuera del propio niño, es decir, que su autoestima depende de la aprobación ajena, limitando así el afán de superación.

Lo mejor es aprender a hablar con los hijos y llegar a acuerdos de forma más saludable.

 

4 – APRENDER A CONVERSAR CON LOS HIJOS

Aprender a conversar con los hijos, sin imponerles el criterio propio, dejando que sean ellos mismos los que forjen su idea sobre las cosas, que estudien lo que deseen, que crezcan de manera dispar al crecimiento de los padres, es fundamental para el desarrollo psíquico e intelectual de cualquier niño.

Si se desea conocer la situación de los hijos, hay que escucharlos, hablarles, dedicar un tiempo para establecer una relación donde la comunicación sea más importante que la incomunicación

Y, aunque sabemos que es imposible enseñar nada a nadie, porque sólo se puede aprender, lo que los niños aprenden tiene relación con lo que ven y escuchan, con lo que en primera instancia reciben de sus padres, si sus padres hablan, aprenden el goce de hablar.

Los niños deben desarrollar confianza en sí mismos, es necesario que aprendan a tomar sus propias decisiones. Y es importante que los padres estén cerca, para poder guiarles, si fuese necesario, y para que ellos se sientan acompañados. Sin confianza, no se puede crecer.

Es decir, es conveniente que la conversación sea fluida y habitual, para poder encontrar el camino de cada uno.