EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD
La Navidad es una fiesta en la que se reúne la familia que, en muchos casos, no se ve muy a menudo durante el resto del año. Tradicionalmente se piensa como un periodo de felicidad y alegría, de buenos deseos y sentimientos amigables y pacíficos. Es decir, el famoso “espíritu de la Navidad”.
Pero a veces ocurre que esa imagen idílica no se corresponde con la realidad. Para muchas personas puede ser un periodo de stress intenso, cansancio y sensación de obligación. Todos hemos escuchado frases como “no me gusta la Navidad”, “no soporto estas fiestas” o “me pongo muy triste y no disfruto nada”.
Y es un fenómeno cada vez más común, hasta tal punto que algunos hablan del “síndrome de las vacaciones de Navidad”, cuyos síntomas pueden ser tristeza, ansiedad, nostalgia, irritabilidad, etc.
Hay diversos factores que pueden provocar estas reacciones, como el cambio de rutina habitual, el aumento del tiempo libre, las vacaciones escolares, etc. Pero el hecho que más nos afecta es el encuentro con la familia que, muchas veces, provoca conflictos entre sus miembros.
LOS ENFRENTAMIENTOS FAMILIARES
Sabemos que la familia es el lugar donde aprendimos a manifestar nuestros sentimientos y afectos, el primer lugar donde pudimos expresarlos. Y por eso, en muchos casos los límites necesarios para establecer relaciones con las personas se ven desbordados en la familia.
Nos gustaría que las relaciones con la familia fuesen fluidas y tranquilas, pero a menudo surgen tensiones que pueden derivar en situaciones tensas y desagradables, o incluso en violentas discusiones y peleas. Todos hemos vivido alguna cena de Navidad de estas características, con la consiguiente sensación de malestar e incomodidad.
En la base de esos sentimientos se encuentran mecanismos psíquicos que determinan nuestro comportamiento y que, si no tenemos en cuenta, nos pueden arruinar las fiestas. Uno de esos mecanismos es el narcisismo de las pequeñas diferencias.
EL MITO DE NARCISO
En la mitología griega, Narciso era un joven con una apariencia bella, hermosa y llamativa. Todos los hombres y las mujeres quedaban enamorados de él, pero este los rechazaba. Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un estanque. En una contemplación absorta, incapaz de separarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas.
Así pues, en términos generales, podemos decir que Freud llama narcisismo a la tendencia a la unidad de la imagen del Yo. Hay una pasión del Yo por ser único y diferente y, para sostener la unidad narcisística del Yo, se hace necesario fundarla en una diferencia respecto del otro. En este proceso se instalan, con relación al otro, demasiado semejante a mí, la hostilidad y la agresividad.
EL NARCISISMO DE LAS PEQUEÑAS DIFERENCIAS
Podría resultar llamativo que, precisamente entre personas cercanas, padres o hermanos, familiares en general, surjan problemas por cuestiones aparentemente sin importancia, pequeños detalles que elevan el tono de la conversación de manera exponencial.
Pero es precisamente por esa cercanía por lo que el sujeto siente la necesidad de reafirmar su personalidad, sus ideas, su manera de concebir el mundo. Y esto produce comportamientos agresivos y hostiles hacia el otro que, en la mayoría de los casos, se comporta de manera similar, con lo cual se instala un círculo vicioso que no hace sino ir en aumento.
En Psicología de las masas y análisis del yo, Freud nos dice:
“En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario y, de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado.”
Esto quiere decir que no se puede diferenciar la psicología individual de la psicología social, pues en cada uno de nosotros, en la formación de nuestro psiquismo, están incluidas especialmente las relaciones con los padres, hermanos y la persona amada. Los seres humanos somos semejantes, pero diferentes. Y esta doble vertiente tiene que ver con el narcisismo.
Y precisamente por esa gran semejanza con los demás humanos, el narcisismo de las pequeñas diferencias viene a ser la necesidad del ser humano de afirmarse como distinto, rechazando o despreciando toda desavenencia con sus propias ideas.
Nos dice Freud: “En las aversiones y repulsas a extraños con quienes se tiene trato podemos discernir la expresión de un amor de sí, de un narcisismo que se comporta como si toda divergencia (…) implica una crítica (…) No sabemos por qué existe tan gran sensibilidad a esas particularidades de la diferenciación, pero es evidente que en estas conductas de los seres humanos se da a conocer una predisposición hacia el odio, una agresividad cuyo origen es desconocido”
Cuando dirigimos la hostilidad contra las personas amadas, se produce una ambivalencia afectiva, explicable por los numerosos pretextos que las relaciones muy íntimas ofrecen para el nacimiento de conflictos de intereses.
Por eso ocurre que casi toda relación íntima y prolongada entre dos personas, ya sea matrimonio, amistad, relaciones entre padres e hijos, entre hermanos, tiene un componente de hostilidad que no es percibido, debido a la represión.
CÓMO DISFRUTAR DE LAS NAVIDADES
Hay que tener mucho cuidado con los excesos afectivos y emocionales, pues generan perturbaciones. Demasiado amor o demasiado odio son posiciones que en nada ayudan a las relaciones humanas, por el contrario, nos ciegan de manera que no vemos al otro que tenemos enfrente.
Pareciera ser que la unidad familiar pasa porque todos estén de acuerdo en todo, pero este tipo de unidad es del orden del sometimiento, la verdadera unión familiar es la que permite que sus miembros se desarrollen disparmente, bajo su elección, eligiendo su camino.
El orden familiar ha de tolerar las diferencias entre sus miembros, si no, la familia se convierte en un lugar incómodo y molesto en el que volcar grandes dosis de rebeldía e insatisfacción.
La terapia psicoanalítica es un instrumento eficaz para reconducir las relaciones con la familia, permitiendo al sujeto reconocer su propia hostilidad frente al otro, el deseo de imponer su manera particular de concebir la realidad.
Con psicoanálisis, podemos liberarnos de la tiranía que nos imponen esos sentimientos que, generalmente, somos incapaces de detectar sin ayuda.