Generalmente consideramos normal tolerar el éxito, y que nos alegremos cuando, después de haber trabajado duro para lograr un determinado objetivo, lo consigamos. Es la recompensa a todo el esfuerzo empleado, incluso durante años.
Pero, a veces, ocurre que, justamente en ese momento, después de lograr la meta deseada, el sujeto se enferma, se deprime o reacciona de tal manera que pierda aquello por lo que tanto ha luchado. Este fenómeno, más común de lo que podríamos pensar, puede darse en todos los ámbitos de la vida: escolar, laboral, personal, etc.
¿Por qué ocurre esto? ¿Cuáles son los mecanismos que nos llevan a rechazar ese lugar o ese objeto que tanto habíamos deseado?
EL DESEO ES LO QUE NOS MUEVE
Para comprender este asunto, debemos tener en cuenta que el ser humano tiene una parte consciente, que está sobredeterminada por sus deseos inconscientes y, a veces, ambas instancias entran en conflicto, se contradicen.
Freud, en el artículo Los que fracasan al triunfar, dice: “La labor psicoanalítica nos ha descubierto el principio siguiente: los hombres enferman de neurosis a consecuencia de la privación, entendiendo por tal la privación de la satisfacción de sus deseos libidinosos. Para comprender debidamente este principio se hace preciso un largo rodeo, pues por la génesis de la neurosis es necesario que exista un conflicto entre los deseos libidinosos de un hombre y aquella parte de su ser que denominamos su Yo, el cual es la expresión de sus instintos de conservación e integra su ideal de su propia personalidad”.
Es decir, hay un conflicto entre sus deseos libidinosos (la tendencia al principio del placer, a satisfacer el goce) y su ideal del Yo (su conciencia moral, lo que considera que debería ser, cómo debería comportarse). Entre ambas instancias debería haber un equilibrio para que el sujeto pueda desarrollar su vida sin problemas.
En el Yo está esa idea de uno mismo y también la tendencia a la conservación. Es la instancia en la que está el principio de realidad, que nos protege. Es el que evita que cometamos acciones que nos pongan en peligro, como si dijera: “no puedo satisfacer estos deseos libidinosos que tengo porque me van a castigar”.
Los deseos libidinosos son prohibidos. Dice Freud: “semejante conflicto patógeno nace únicamente cuando la libido intenta emprender caminos o tender a fines que el Yo ha superado y condenado mucho tiempo atrás habiéndolos prohibido, por tanto, para siempre, y la libido lo intenta así cuando le ha sido arrebatada la posición de una satisfacción ideal grata al Yo”.
En el momento en que el sujeto tiene una privación real, aparece automáticamente esa privación que está reprimida y que es inconsciente, que tiene que ver siempre con el complejo de Edipo. Esto es estructural para el psiquismo de todo ser humano, la privación siempre está. Es necesaria para constituirnos como sujetos humanos civilizados. En psicoanálisis se dice que el complejo de Edipo es humanizante, es la máquina de hacer humanos.
Por una parte, hay esa privación interior que siempre está, pero luego, además, está la privación exterior, algo que viene de la realidad y que nos dice que no podemos hacer ciertas cosas. Ahí es cuando entra en funcionamiento, en escena, la privación interior. Cuando el sujeto enferma de neurosis, ha despertado esa cuestión edípica de la privación interior, que no siempre resuelve de una manera saludable.
¿POR QUÉ EL ÉXITO SE SIENTE COMO UN FRACASO?
En algunos casos, lo que llama la atención es que esa situación de privación, decaimiento o depresión en que caen muchas personas se produce con el éxito. Esto puede ocurrir porque existe una tendencia a creer que, cuando se consigue lo que se desea, todo se soluciona, también el resto de las cuestiones de la vida. Pero no es así, cada aspecto de nuestra existencia requiere un trabajo particular para modificarse.
Es decir, cuando llevamos mucho tiempo deseando un coche o cualquier otra cosa, y trabajamos duro en el tiempo para poder comprarlo, pensando que es lo único que nos falta para ser felices, al conseguirlo nos damos cuenta de que seguimos siendo incompletos, de que eso no nos llena el vacío, no era la solución. Seguimos necesitando otras cosas, deseando otras cosas que tampoco serán la solución absoluta.
Ahí es cuando el sujeto se deprime, al darse cuenta de que tiene que seguir trabajando para modificar otras cuestiones en su vida.
Lo lógico, aparentemente, sería pensar que cuando hay una privación puede aparecer la enfermedad, cuando al sujeto le falta algo. Pero es al revés, puesto que al conseguir algo aparece la sensación de fracaso, y puede ser que comiencen a sabotear sus propios logros.
ES MÁS DIFÍCIL TOLERAR EL ÉXITO QUE EL FRACASO
Cuesta más tolerar el éxito porque hay que mantenerse en él, requiere nuevas responsabilidades e implica un nuevo trabajo, diferente, y hay que transformarse para sostenerlo. También cambia la manera en que los demás nos ven, la forma en que nos tratan y eso nos obliga a mirarnos a nosotros mismos con otros ojos.
Frente al fracaso tenemos la queja, la fantasía de que, consiguiendo aquello que no tenemos, nuestros problemas se terminarían, podríamos ser felices. Además, podemos pensar que si no destacamos, no generamos envidias, pasamos desapercibidos. Pero todo esto son excusas para no transformarnos, para no modificar nuestra realidad.
En el caso del fracaso interviene la cuestión de la culpa, es decir, se puede calmar pagando de alguna manera, castigándose el sujeto múltiples formas: enfermando, deprimiéndose, perdiendo cosas en la realidad, etc.
Se puede dar el caso de que uno tenga envidia de sí mismo. No mejora, no crece, no desarrolla sus capacidades porque siente que, si las lleva adelante y triunfa, le van a querer lo que hace, no por lo que es. Y la realidad es la contraria: uno no es nada, somos lo que producimos, lo que hacemos en la realidad.
Hay personas que son fracasados respecto a su propio deseo. Consiguieron lo que querían, pero fracasaron. Es decir, algo de su deseo se ha satisfecho, pero justamente alcanzar metas en el exterior reactiva el deseo edípico: hay algo que no se puede conseguir nunca y, como esa privación interior es insoportable, el sujeto hace que el éxito exterior se convierta en fracaso.
Por ejemplo, esto ocurre en las depresiones postparto. Cuando nace un hijo que tanto se ha anhelado, ella dice que no era lo que buscaba, siente que no sirve. “Esto no me completa, no me da la inmortalidad, no me permite acceder a lo prohibido”. Se puede caer fácilmente en esa situación: nos dan una buena noticia respecto a algo y nos deprimimos, haciendo que eso se convierta en un fracaso.
QUÉ ES LA PRIVACIÓN INTERIOR
El origen de la privación interior está en el complejo de Edipo. Es ese proceso por el cual todos pasamos de ser meros cachorros, al nacer, a ser sujetos del lenguaje, seres sociales, hablantes, humanos, a entrar en la civilización, cuya herencia cae en nosotros por el hecho de nacer en un mundo humano, entre otros seres humanos.
El complejo de Edipo se pone en juego cada vez que realizamos un movimiento, que ocurre el crecimiento, cada vez que se produce un cambio en mi vida, cada vez que me cuestiono para dónde tirar. En definitiva, siempre que tomo una decisión.
El Edipo se puede explicar, a grandes rasgos, de la siguiente manera: el niño está feliz con su mamá y llega un momento donde, de repente, ella mira para otro lado, mira a papá. Ahí, el niño ve la mirada de mamá, que es lo que le interesa, que no le mira a él, y cuando ve a su padre, en ese momento, se da cuenta de que son tres, no uno. En el idilio con mamá queremos un solo ser, y ahora llega otro, el tercero, que nos separa en dos, nos divide.
El niño se da cuenta de que mamá y él son dos y, encima, ve cómo su madre mira con deseo al padre. No le gusta nada que entre el tercero, que es la ley. El padre viene a regular la relación entre la madre y el niño y pone un límite a esa relación. Es como si dijera: mira, con tu madre no, porque es mi mujer.
Que entre el tercero significa que entra el mundo simbólico, porque el niño, hasta ese momento, ha estado inmerso en los sentidos, está pegado a su madre, sin palabras, y cuando llega el padre ya es una cuestión de orden simbólico, del lenguaje.
CÓMO AFECTA ESTO A LA VIDA ADULTA
Aunque nos acerquemos a la civilización, incluso cuando ya somos adultos, no se eliminan esos deseos de quedarnos con mamá para nosotros solos, de que desaparezca la ley y poder hacer lo que uno quiera sin contar con nadie, sin que haya normas, sin que nos digan lo que tenemos que hacer. Eso siempre está, pero reprimido.
Hay algo que no se puede y es necesario aceptarlo. No se puede volver a esa etapa infantil donde a uno le daban todo y tenía todo, sin necesidad de hacer nada, porque estaba la madre que cubría todas las necesidades. Por eso, en nuestro inconsciente siempre hay una tendencia a gozar de nuevo de esa satisfacción mítica inicial.
Y es imposible satisfacer los deseos infantiles prohibidos. Por eso, a veces, cuando se alcanza el éxito, cuando se cumplen los deseos, en ese momento, aparece la privación. El éxito está en la realidad, pero el sentimiento es de fracaso.
El sujeto ha conseguido lo que quería, en la realidad, pero lo que no puede tener es lo que deseaba inconscientemente, y no lo va a conseguir jamás porque está prohibido. Y es que lo consciente y lo inconsciente funcionan a la vez, simultáneamente. Es decir, conscientemente parece que ha aceptado todas las leyes, pero inconscientemente las rechaza.
¿QUÉ PUEDO HACER PARA TOLERAR EL ÉXITO?
Cuando el éxito supone un fracaso a nivel psíquico, el sujeto no entiende por qué sufre, se siente insatisfecho o se deprime, si todo le va bien. Es necesaria la intervención psicoanalítica para poder revertir esta situación y evitar que produzca graves daños en la vida del sujeto.
Por ejemplo, podemos observar esta estructura en el caso de personas que proceden de familias que han sufrido, que han tenido dificultades económicas, momentos penosos, y que han conseguido escapar a esa situación. Si esa persona toma distancia de la familia, empieza a generar dinero, ingresos, relaciones… En definitiva, cambia de vida, pero no es feliz.
Hay una especie de fracaso en su obtención de felicidad, de una estabilidad económica, porque siempre está esa tendencia edípica familiar. En la familia se aprende lo que es el amor, el trabajo, y modificar eso es como una especie de infidelidad, en la que se genera culpa por haber construido una vida que no era la que le tocaba al sujeto, por haber nacido en esa determinada familia.
Romper esa tendencia tan fuerte es posible con la terapia psicoanalítica, donde el sujeto puede darse cuenta de que es libre y construir una existencia feliz. Tolerar el éxito es posible, con psicoanálisis.