En algún momento, todos nos hemos visto en situaciones en las que, aún deseando con fuerza ciertos objetivos o ciertos cambios, nos hemos paralizado y no hemos encontrado la manera de poder realizar nuestros propósitos. Y en esas ocasiones solemos tirar balones fuera, echarle la culpa a la realidad exterior y creernos las excusas.
Pero precisamente en estos casos, deberíamos analizar por qué no hemos podido avanzar, puesto que hay muchos componentes en nosotros que, generalmente, no tenemos en cuenta, pero que son los que nos mueven en una u otra dirección, y cuando entran en conflicto nos detienen.
Nos referimos al psiquismo, que es quien realmente dirige nuestras acciones. Vamos a ver cómo es que esto ocurre.
CÓMO FUNCIONA EL APARATO PSÍQUICO
El ser humano tiene una parte consciente, que está sobredeterminada por sus deseos inconscientes y, a veces, ambos lugares entran en conflicto, se contradicen.
Nuestro psiquismo es un complejo mecanismo compuesto por varias instancias psíquicas, entre las que se encuentra el inconsciente, el preconsciente y la conciencia. Además, también están el yo, el ello y el superyó, siendo el superyó la residencia de nuestra conciencia moral.
Tenemos que tener en cuenta que todas esas instancias se mueven por la pulsión de vida y por la pulsión de muerte, que son fuerzas simultáneas que no faltan nunca en el aparato psíquico.
De la armonía entre todos estos elementos depende lo que podríamos llamar “salud mental”. Cuando todos ellos trabajan bajo una misma dirección, es decir, cuando buscan alcanzar un mismo destino, su fuerza se multiplica, haciendo que podamos conseguir las metas que perseguimos.
Pero suele ocurrir que haya conflictos entre las instancias o las pulsiones, y en esos casos el psiquismo del sujeto queda debilitado, inhabilitado para conseguir efectos en la realidad o llevar a cabo transformaciones. Y esto es vivido por el sujeto como un fracaso.
EL YO Y EL SUPERYÓ
El Yo se forma con las cargas de objetos con las cuales se va a identificar, es decir, por múltiples identificaciones. El Superyó del cual habla el psicoanálisis es la repetición de alguna parte fijada de la ley que, en realidad, es inadmisible para la propia ley.
Se dice que el Superyó es el heredero del Complejo de Edipo, y esto implica que permanece en el sujeto durante toda su existencia. Pero ¿qué ocurre en el Complejo de Edipo para que quede instalado de manera tan perdurable?
A grandes rasgos, el complejo de Edipo podría resumirse así: en un principio nuestros deseos sexuales hacia nuestra mamá son inmensos, hay una tendencia sexual frente a los objetos parentales que viene a ser interrumpida precisamente por la ley paterna. Están constituidos padre y madre. En cuanto aparece el padre, el niño y la mamá se separan. El padre es el que pone los límites, pone orden en una tendencia muy exagerada por parte del niño.
Cuando acontece esto en la vida infantil del sujeto, el niño dice: “bueno, esto lo voy a olvidar, lo voy a reprimir porque es demasiado para mí. Mejor me olvido de mi madre, que está prohibida, que es de mi padre, y me voy a buscar otras niñas, otras mujeres”. Eso genera hostilidad hacia el padre, pero también hacia la madre. Hay deseo sexual hacia los dos y hostilidad hacia los dos.
Es decir, el Yo prefiere perder una parte de sí mismo a perder el objeto amoroso, el objeto libidinal. En el lugar del Yo que pierde, que cede, cobija el objeto amoroso perdido, con lo cual, aunque el objeto amoroso se haya abandonado, no se ha perdido, porque el Yo del sujeto ha cedido una parte de sí mismo, para que, en ese lugar, mediante el proceso de identificación, viva el objeto perdido.
Y en esa parte del yo que el niño pierde, se constituye el Superyó, que contiene la ley en una doble vertiente. Por un lado, una advertencia: “Así como tu padre debes ser” y por otro lado una prohibición “Exactamente como tu padre no debes ser”, porque hay algo que a él le está particularmente reservado.
El Superyó es el monumento conmemorativo de esa primera debilidad del Yo y de su dependencia. Por lo tanto, el Superyó para el sujeto siempre es imperativo. Tiene una parte consciente, que es la conciencia moral (el orden de la ideología, la filosofía, la religión y el orden de lo civil), que se relaciona con la parte inconsciente del Superyó.
LA CONCIENCIA MORAL Y LA ENFERMEDAD
A nivel coloquial, se entiende la conciencia moral como una especie de voz interior que nos dice lo que está bien y lo que está mal, qué es ético y qué no, qué es correcto y qué no. Y en general creemos que es una construcción de nuestra conciencia.
Ahora sabemos que en realidad es la ley que habita en el Superyó, y que dirige nuestras acciones de manera inconsciente. Pero ¿qué relación tiene con la enfermedad?
Es interesante reseñar que, cuando hay un conflicto entre lo que deseamos y lo que podemos permitirnos, suele aparecer la culpa, y el sujeto puede calmarla pagando de alguna manera, castigándose de múltiples formas: enfermando, deprimiéndose, perdiendo cosas en la realidad, etc.
El sentimiento de culpa inconsciente se produce porque las exigencias del Superyó son más fuertes y rígidas que el yo, que no llega a satisfacerlas, con lo que en éste se instala la culpa.
Como hemos dicho, esto ocurre bajo el poderío de la conciencia moral, que normalmente es consciente pero que, a veces, actúa de manera inconsciente, es decir, como si estuviera incorporada en el sujeto.
Sabemos que los límites entre la salud y la enfermedad quedan definidos por factores cuantitativos.
Puede ocurrir también que el sentimiento inconsciente de culpa se muestre como depresión, en la que la inhibición psíquica con empobrecimiento pulsional provoca dolor. Siempre que se produce una disolución de asociaciones surge un dolor.
En la depresión el sujeto se identifica con el objeto perdido, lo acoge en sí y, desde ese momento, el yo es juzgado como ese objeto perdido. De esta manera, el yo es blanco de todos los reproches que, en realidad, se dirigen al objeto perdido. Por este mecanismo, se transforma la pérdida de objeto en pérdida del yo.
De ahí la frase de Freud: “Si no quisiéramos ser tan buenos, seríamos mejores”, que quiere decir que esa fuerte exigencia de la conciencia moral, imposible de cumplir por el yo, nos puede llevar a la enfermedad, ya sea física o psíquica.
¿CÓMO LOGRAR UN EQUILIBRIO ENTRE LO QUE DESEO Y LO QUE PUEDO?
El psicoanálisis es una ciencia de efectos. Por eso, los beneficios de la terapia psicoanalítica se miden por el cambio producido en la vida cotidiana de las personas.
En el asunto que estamos tratando, vamos a poder reconocer qué papel tiene en nuestros actos la conciencia moral, el Superyó, cuya exigencia es imposible de cumplir por el Yo, con el consiguiente conflicto entre ambas instancias. Si podemos aprender a afrontar esas exigencias de una manera más relajada, conseguiremos una mejor calidad de vida.
Demos tener en cuenta que, en toda terapia psicoanalítica, hay fuerzas que se oponen a la labor terapéutica, a las cuales llamamos “resistencias” del sujeto. La “ventaja de la enfermedad” es una de ellas y el “sentimiento de culpabilidad” inconsciente representa la resistencia del Superyó, siendo ésta la resistencia que más se opone a la curación.
En el transcurso del análisis surgen otras resistencias distintas, como las del Yo, que está acostumbrado a no enfrentarse a situaciones o frases que se ve impulsado a reprimir, o dificultades que aparecen cuando se abren nuevos caminos para sus impulsos, que siempre han seguido una ruta conocida.
Por eso, la terapia psicoanalítica es más que una ayuda psicológica, es un método eficaz con el que podemos enfrentar los conflictos internos y aprender a vivir con mayor libertad. Da la posibilidad de resolver los problemas que nos producen sufrimiento psíquico, permite al sujeto conocerse mejor.